Estrella que estás en Valderrubio.

Lo siento, pero no estoy de acuerdo contigo, tampoco estoy de acuerdo con Inés, ni
con Iván ni con Dani ni con Inga ni con Rut ni con Toñi ni con Puri, ni siquiera
estoy de acuerdo conmigo. Disiento totalmente. Me opongo. Solo estoy de acuerdo
con Isabel. Lo que quiero decir es que llevo varios días preparándome
psicológicamente para participar en tus juegos y tú vas y renuncias. Mi idea era
que Inés revisara tus propuestas a fin de elegir la más apta para cada ocasión,
incluso, si fuera necesario, adaptarla a la misma. Por otra parte, cuando Inés
te contesta que qué mala zuerte y que eso le dejará más tiempo para los
ejercicios narrativos de sugestión, su anuncio parece una amenaza, cuando esos
ejercicios son muy simpáticos y todos estamos muy interesados en saber cómo
acaba o con quién acaba la viuda joven con gato de las Rocosas. Además, bajo mi
humilde punto de vista de sabio, ambas actividades, los juegos y la sugestión,
no son incompatibles, aunque tengamos que sustituir el desayuno real por otro
virtual, servido por la amable voz de la narradora. Estáis sentados en la
terraza de una cafetería. Lleváis media hora esperando a que venga alguien a
atenderos. Una señora se detiene a vuestro lado, se agacha, recoge algo del
suelo y luego lo deposita en vuestra mesa. Antes de que la señora aparte la
mano, ya sabéis lo que es. Lo habéis adivinado por el ruido. Se trata de una
moneda. La miráis. Efectivamente, una moneda de dos euros. En ese momento
recordáis que la última vez que desayunasteis allí, os fuisteis sin pagar. Fue
sin querer. Os acabáis de dar cuenta y empezáis a poneros nerviosos. Recordáis
que sonó vuestro móvil cuando ibais a levantaros para pagar y que, al contestar,
lo olvidasteis por completo. Notáis cómo el sudor humedece vuestras manos. De
repente, la señora dice, perdonad, se os ha caído esta moneda. Al mismo tiempo,
aparece el camarero con una bandeja en las manos que desprende un agradable
aroma a desayuno. Dentro de la bandeja hay nueve cafés con leche y nueve
tostadas de mantequilla. El camarero, lentamente, va colocándolo todo en vuestra
mesa. Al ver la moneda, la coge, se la guarda en un bolsillo y se va. La señora,
sin dirigirse a nadie en particular, exclama, no me gustan las propinas. Y
también se va. A continuación, como si tuvierais toda la mañana libre,
desayunáis pensando en la cantidad de vueltas que da el mundo a lo largo de una
vida. Y al ser una sugestión, las tostadas y los cafés salen gratis.