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Bienvenidos al blog del curso de guía de ruta de Valderrubio.
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viernes, 17 de junio de 2011

Café y cucharillas.

La nostalgia empieza a dibujarse claramente en nuestros rostros y en nuestras palabras, una especie de nostalgia adelantada que empieza a evocar los buenos y los malos momentos vividos y los momentos que todavía nos quedan por vivir el próximo Lunes en las Alpujarras. También, la cena de despedida. Como se trata de despedir a una gallega, diré que lo que empiezo a sentir es morriña.


A partir de hoy, la idea de Guadix irá siempre unida a la idea del Curso de Guía de Ruta de Valderrubio. Y quien dice Guadix dice Belerda, Benalúa, los badlands, las cuevas, la vía de tren abandonada, la catedral, la Calahorra, Ferreira, un tipo que dice haiga y siglo 11,5, y, cómo no, Alicún. Lo que necesitaba Eulogio para ser plenamente feliz con los simpáticos guías de Valderrubio era precisamente Alicún. En concreto, los baños de Alicún. Si me hubieran dejado organizar a mí esta excursión después de saber todo lo que he aprendido hoy, habría situado la ruta de senderismo en los alrededores de Alicún. Por dos motivos: Uno, los baños en sí. Dos, bañarnos en los baños después de los sudores ocasionados por la caminata. Y tres, comprobar que Alicún existe realmente. Aunque leamos muchas cosas sobre un lugar, no sabremos que ese lugar es de carne y hueso hasta que lo veamos y nos bañemos en él. Pero, mira, casi me alegro de no haber visitado Alicún, porque a partir de ahora lo veremos como una meta inalcanzable que nos induce constantemente a ir detrás de ella. Puri tiene toda la razón, mi larga experiencia como mal organizador de viajes y en general de todo me ha ensañado que las cosas que empiezan mal casi siempre acaban bien. No obstante, ¿de verdad empezaron mal las cosas? Vale, había una cuesta que lo vives para subir a la Cabila (María Moliner, Cabila, tribu de beduinos o de bereberes); los mosquitos inofensivos del mirador, de pronto, empezaron a picarles a Rut y a Toñi, de modo que solo eran inofensivos hasta esta mañana; las espigas secas de la yerba; el calor; el cansancio de Isabel. En realidad, de la lista de cosas malas citadas solo la última era de verdad mala. Sin duda, el entrenamiento diario de Isabel con la bici y caminando le ayudó mucho a recuperar fuerzas bajo la sombra de aquellos pinos y al poco tiempo ya estábamos todos almorzando y bebiendo cerveza en las cuevas de Pedro Antonio de Alarcón. De regreso, Isabel tuvo un detalle muy hermoso en el autobús, a la altura del Puerto de la Mora, al pedir un aplauso en homenaje al ciclista que nos ayudó. Pero, ¿por qué pasó lo que pasó? Por varias razones. Primera, el plano que manejábamos era tan fiable como un billete de cuatro euros. Segunda, en el ambiente flotaba el deseo implícito de perdernos (en realidad, lamentablemente, nunca estuvimos perdidos). Tercera, el paisaje era tan bello que seguimos caminando más allá del misterioso desvío invisible que tampoco aparecía en el mapa. Cuarta, el programa que el azar había reservado para nosotros no mencionaba ni de lejos la palabra Alicún. Enfrentarse al azar es uno de los mayores errores que puede cometer un ser humano. Si el azar te susurra al oído que no vayas a Alicún, pues no vas a Alicún, a no ser que quieras despertar la furia de los dioses. Ir a Alicún o no ir a Alicún, en eso se centraba el debate. Al menos, durante el almuerzo. Un rato antes, el debate era llamar o no llamar al marido de Toñi. Tal vez, su gesto fue un tanto precipitado, pero siempre razonable. Nunca creemos que va a pasar algo hasta que pasa. Pero si no pasa, mejor. ¿Quién me puede asegurar cien por cien que la aparición de aquel ciclista tan amable y buena persona no fue debida precisamente a la llamada de Toñi? Cuando vimos el todoterreno, pensamos que lo conducía su marido. De hecho, estuvimos pensando eso hasta que vimos que se trataba del ciclista, pero con ropa de calle, una ropa que le hacía parecer mucho más guapo que antes según algunas damas de la expedición.


Tengo que decir que la estación ferroviaria de Guadix es un lugar muy fresco y agradable y que el baño de las mujeres hiede.


Acepté la rumbosa invitación del Consorcio y me pedí otra cerveza. Me supo literalmente a gloria. Sopesé la posibilidad de mangar una cucharilla de café como recuerdo porque el sitio que nos había buscado Iván era perfecto, pero la presencia próxima de la Autovía Hercúlea hizo que desistiera de cometer el crimen. Además, me estaba quedando sin Alicún y no me encontraba como para tirar cohetes. De algún modo que se escapa totalmente a la razón, supe desde el principio que en este viaje, y a lo mejor en toda mi vida, no conseguiría ver con mis propios ojos los baños de Alicún, situados en la confluencia del Gor y el Fardes. Más que saberlo, lo sentí. Pero todo ocurre por una razón u otra. Muy pocas veces llegamos a descubrir esas razones, casi siempre nos quedamos en la inopia hasta el final de los tiempos. En cualquier caso, lo más justo era dejar Alicún para otra ocasión, aunque ésta nunca se presente. Dado el agradable fracaso del taimin, debido en parte al retraso de Eulogio por la mañana y, sobre todo, debido a la feliz ruta de senderismo, había que elegir entre Ferreira y los baños, y si aquello era un ejercicio de clase, Isabel y Estrella no podían quedarse sin su parte del botín.


Bueno, amigos, estoy ligeramente extenuado y tengo unas ganas de ducharme y de acostarme terribles. Pero no me gustaría morirme esta noche sin antes deciros que sois unos excelentes compañeros de viaje. Saber viajar es un don y vosotros lo tenéis, por eso me resulta tan grato pasear a vuestro lado bajo un sol de freír huevos o perseguir a las zapatillas de Isabel entre los santos de una catedral.


Antes de buscarle un título a esta crónica, os voy a contar por qué mangué finalmente una cucharilla de café en Ferreira. Es muy sencillo. Mangar una cucharilla de café significa que estoy justo donde quiero estar y con quier quiero estar. Puri, Rut, Inga, Iván, Toñi, Etrella, Inés, Isabel, Dani y el tipo que le hacía requiebros a Toñi. También es importante que el entorno y la climatología sean las adecuadas. En cierto modo, considero que el legítimo propietario de esa cucharilla de café, una alemana o francesa o suiza o puede que de Valladolid, que nos llamó mucho la atención a Iván, a Dani y a mí, no necesariamente en ese orden, debería sentirse halagada por mi deleznable acción.


Por lo demás, no abandonéis nunca la ruta.


Un abrazo.


Antonio Romera


Sierra Elvira. Junio del año 2011. Viernes 17.


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