Si nos atenemos a las palabras concretas que le dirigió su Majestad Don Juan Carlos al presidente de Venezuela, así como a los signos de interrogación que las rodean, nos damos cuenta de que no era una orden sino una pregunta, una especie de duda mental pronunciada en voz alta. Al mismo tiempo, era una sugerencia, una invitación al silencio. A mi modo de ver, el “¿Por qué no te callas?” resulta más educado y simpático que el “¡¡¡Cállate!!!” a secas. Si alguien te hace la misma pregunta que nuestro Rey le dirigió a Hugo Chaves, lo lógico es contestarla. Pues mira, no me callo por esto y por esto y por lo de más allá, ofreciéndole a continuación al otro el derecho de réplica. En cambio, cuando te conminan a callarte con un imperativo categórico, incluso si se añade después un escueto “por favor”, ahí se acabó la historia. O te callas o te callas y ya está. Las personas que recurren al imperativo suelen ser padres y madres un poco demasiado autoritarias, curas, militares, policías, jueces, incluso profesores. Hace muchos lustros que un profesor no me mandaba callar en clase y por eso hoy me he quedado como cuando alguien miraba a los ojos de Uma Thurman en su papel de Medusa, con la carne más dura que un fósil del mesozoico, y eso que sólo había dicho “Yo creo…”. ¿Sabía Don Javier lo que venía a continuación del creo? Ni siquiera yo lo sé. La censura es lo que tiene. Muchas veces se corta la secuencia solo por si acaso. Lo curioso es que un rato antes también me había mandado callar y ni siquiera había abierto la boca. Solo estaba escuchando lo que alguien me decía. Hace muchos lustros, cuando estaba en tercero de BUP, el profesor cuya asignatura me resultaba más grata, Ciencias Naturales, me pilló escuchando a mi compañero de pupitre, a éste ni lo miró pues se trataba de Carlos Andrés, un muchacho de sobresalientes que solía caerle bien a todo el mundo porque tenía cara de santo aunque en realidad fuera más cabrón que un dolor, pero a mí me obsequió con una gran bronca y luego me colocó en el último rincón de la clase, más solo que un lobo estepario expulsado de la manada. Esta mañana he tenido la sensación de que todavía sigo allí. Pero, vamos, de buen rollo.
Un abrazo.
Antonio Romera
Sierra Elvira. Septiembre del año 2011. Martes.
Hola Antonio.
ResponderEliminarCreo que no te he obsequiado con una gran bronca ni luego te coloqué en el último rincón de la clase. Solo te he pedido que callases, por favor. A lo mejor han pagado justos por pecadores, pero si no corto rápido, el fondo norte se viene arriba. Y no me parece correcto perder dos horas de clase en dialécticas que no conducen a ningún lado. En privado o tomando unas cañas hablamos de opiniones lo que quieras. Hay que ceñirse al temario del guía de ruta, ya sabes....
Creo, supongo, pienso, me parece, que la potestad de mandar callar en el aula sigue siendo del docente, aunque en este mundo al revés ya no sé si eso es así.
Saludos