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domingo, 17 de julio de 2011

Una libélula en el camino.

Siguiendo la argumentación del articulista citado por Javier, la contaminación no existe puesto que todo procede de la tierra, desde un palillo de dientes a un blackberry, pasando por el chapapote del Prestige, las toneladas de CO2 o la radiactividad japonesa. La idea del reciclaje sólo sería útil en un sentido económico pero no en un sentido medioambiental. Al planeta Tierra le quedan aproximadamente unos cuatro mil millones de años, millón abajo, millón arriba, de vida. Dispone de tiempo más que suficiente para reciclar por sí misma toda la mierda que arrojemos al campo. En la Tierra no hay nada permanente, ni siquiera los seres vivos. La Tierra puede sacudirse a cuantos seres vivos desee con tan solo un estornudo. Del mismo modo, la casa que habitamos nunca se caerá por muy sucia que esté. Yo viví en varios pisos de estudiantes en mi época universitaria y es así. Ni la limpieza ni la mugre influyen en la perdurabilidad, sino solo en la comodidad. Javier lo expresó muy visualmente: Todos somos ecologistas porque a todos nos gusta respirar aire limpio y beber agua limpia y habrá muy pocas personas en el mundo a las que les agrade que un alud de basura las entierre. Somos como estudiantes en un piso de estudiantes. Dejamos que las bolsas de basura se acumulen en la cocina, no barremos nunca, a veces, la mesa se queda sin quitar y los restos de comida se pudren sobre unos platos que ya nadie podrá fregar a menos que utilice una lija. Los dormitorios huelen a culo y a zapatillas sudadas y solo los muy temerarios se atreverán a usar el baño. Lo estudiantes lo saben, lo ven, pero no hacen nada, o se les olvida o es que en realidad ni se dan cuenta. No obstante, siempre llega el momento de la novia, la del pueblo, que viene de visita, o la del último jueves. Entonces, y solo entonces, el estudiante tomará conciencia y tratará de dejar el piso como los chorros del oro. Lo hará para gustarle, para que no piense que es un guarro, sin embargo, si acaso luego se casa con ella, es casi seguro que su conciencia medioambiental se irá a tomar por saco. Se convertirá en un petrolero encallado, mientras que el papel de su esposa lo representarán todos esos nobles pringadillos que se dedican a limpiar el mundo. Y él pensará que su esposa limpia para vivir con comodidad e higiene, no porque la casa se les vaya a caer encima. ¿A quién ayudó Rut realmente cuando estuvo quitando chapapote de las costas de la hermosa Galicia? Me ayudó a mí, a los gallegos, a la humanidad, pero no al planeta Tierra. El planeta Tierra guardaba ese chapapote en el sótano y ahora alguien lo ha cambiado de sitio, eso es todo, para ella, es un problema menor, un problema de intendencia doméstica, cuestión de uno o dos segundos en tiempo geológico. Ni los animales ni las plantas ni las bacterias ni los virus ni los hongos somos el planeta Tierra. Vivimos en un cacho de universo que no nos necesita para seguir surcando el cosmos alrededor de un sol que algún día se lo tragará. Nada de lo que hagamos va a cambiar eso. Pero si por ejemplo los cuatro o cinco estudiantes que viven en el piso de estudiantes son tan feos y tan poquito graciosos que por muchos jueves que salgan nunca van a conseguir echarse una novia, la mugre seguirá acumulándose en el suelo formando estratos de sedimentos hasta alcanzar el techo, y entonces los únicos seres vivos capaces de habitar allí serán las cucarachas. Amigos, algún día, las cucarachas dominarán el mundo. Teniendo en cuenta todo esto, me pregunto si eliminar a los mosquitos de Mojácar es un acto de limpieza o una salvajada. Hasta hace unos cuatro años, con el mes de Mayo llegaban siempre los mosquitos. Oleadas de mosquitos, miles de millones. Había un restaurante especializado en fondue cuya terraza parecía la jaula de un pájaro, una gran jaula construida con mosquiteras. Se llamaba el Gnomo Feliz y era de unos alemanes. El turismo empezó a quejarse. Los mosquitos invadían las casas, parecían hormigas en los techos, y era algo digno de ver, digno de un documental de La 2. Hasta que llegó un todo terreno pick up con una gran bomba de insecticida en el maletero. Todas las tardes, a la hora del paseo, se dedicaba a fumigar a los mosquitos siguiendo los caminos que rodean los humedales, la desembocadura del Río Aguas. Pero como los mosquitos seguían apareciendo y los turistas seguían protestando, decidieron incrementar la guerra química construyendo un camino en medio del cauce a fin de que el veneno llegase a toda la superficie del mismo. Y esta vez han triunfado sin la menor duda. Este año, por primera vez en la Historia, no hay ni un mosquito en Mojácar. Lo juro. No queda ni uno. Yo vivo cerca de los humedales y duermo con la ventana abierta – sin mosquitera, sin enchufes, sin productos químicos -. En ocasiones he visto libélulas muertas en los caminos que bordean la ribera del Río Aguas. Pero a la Tierra no le importa porque en cuestión de semanas, la libélula se convertirá en polvo y más tarde, en piedra. ¿Y a nosotros? ¿Sabemos con exactitud que el veneno que nos libró de los mosquitos no acabará en nuestra barriga? Ésta es mejor, aun sabiéndolo, ¿nos importa? Muy bien, puede que algún día me zampe un calamar a la plancha que fue capturado en la misma desembocadura del Río Aguas, puede que ese calamar, antes de ser capturado, se tragase un montón de moléculas de insecticida, puede que esas moléculas se hicieran amigas de su organismo y estén todavía en los trozos que mastico, o puede que no, ni pollas. Si ahora mismo te lo estás pasando en grande frente a un calamar a la plancha y una buena botella de vino, si hay luna llena, si el ruido del mar ameniza vuestra velada, y si, además, la mujer de tu vida está contigo, hoy es su santo y has preparado tú la cena, ¿a quién le importa una libélula muerta?


Un abrazo.


Antonio Romera


Mojácar. Julio del año 2011. Sábado 16.

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