Uno de los paisajes que más me impresionó en el curso, aparte de las camisetas de Puri, que eran un regalo constante para la humanidad, fue el que se puede contemplar desde San Miguel Alto. El sábado salimos de Granada en dirección a Mojácar y me dio por acceder a la A-92 por la antigua carretera de Murcia. Al llegar al Tambor le pregunté a Mamen si había estado alguna vez allí arriba y me sorprendió mucho su respuesta negativa. De modo que hice un alto en el camino y ejercí de guía de ruta doméstico durante media hora.
Las reformas han concluido, los agujeros que había en los aparcamientos se han convertido en postes que delimitan el espacio, han borrado la pintada de la ermita (ahora aparece otra, más pequeña y humilde: “FUERA LA SECRETA”), el piso es un empedrado, todo parece más limpio y turístico, pero sigue igual de vacío aunque las vistas no hayan dejado de ser impresionantes.
Mamen quedó sencillamente anonadada, le brillaban los ojos. Te crees que por vivir en una ciudad durante más de cuarenta años lo has visto todo, así que, cuando a la vejez te das cuenta de tu error, es lógico que la emoción te supere.
No percibí la enorme y horrible torre de telecomunicaciones hasta que descendimos un poco por un sendero que hay a este lado de la muralla nazarí. No me fijé en ella la otra vez porque parecía formar parte del tinglado de la obra. Está instalada a unos siete u ocho metros de la ermita. El contraste es tan fuerte y terrorífico que paraliza. Esa visión me recordó al último palacete de la calle Alhamar, convertido hoy en un horrible hotel que podría encontrarse en cualquier parte del mundo tal como lo vemos. Lo que demuestra que la vileza urbanística no solo pertenece a tiempos pasados sino que nos vigila desde las zonas más auténticas de nuestro entorno. La próxima vez llevaré una cámara.
Un abrazo.
Antonio Romera
Mojacar. Diciembre del año 2011. Lunes 5.
No hay comentarios:
Publicar un comentario