El otro día, una amiga de un amigo fue a mi casa pero yo no estaba, así que me dejó una nota en la puerta con su número de teléfono y su deseo de pasar unos días en Mojácar. Cuando la llamé, me especificó que en un principio serían diez días, con su pareja, aunque no descartaba prolongar la estancia un poco más. Le pregunté a Mamen a cuánto estaban las casas de 2/4 en esa época, dividí la cifra por dos, le quité un poco más y el resultado fueron doscientos cincuenta euros, a 25 euros el día, doce coma cinco por persona. Y, de repente, a la amiga de mi amigo se le quitó el interés en visitar Mojácar. No, es que estamos pensando ir a otra parte. ¿A otra parte? ¿Por qué? Llegué a la conclusión de que si a la gente le parece caro pagar 250 euros por diez días en una dúplex, la industria del turismo, tal y como la conocemos, puede irse al carajo. También es posible que ese repentino cambio de destino se debiera a una decepción, es posible que a la amiga de mi amigo le hubiera parecido caro cualquier precio que le ofreciera porque lo que esperaba en realidad era venir gratis. Y claro, en eso coincidimos, a mí también me gustaría que todos mis amigos y los amigos de mis amigos y todo el mundo en general vinieran gratis. Me encantaría transformar el negocio en una suerte de ONG turística para que la gente viniera gratis. Le haría un bien a la humanidad sin la obligación de quitarme el pijama porque, entre otras cosas, significaría que mis ingresos y los de Simona estarían garantizados. Lamentablemente, tanto Simona como nosotros vivimos de los apartamentos, pero, claro, el negocio solo funciona temporalmente, pues en invierno nadie va a la playa y los locales más emblemáticos, el auténtico reclamo turístico de Mojácar, permanecen cerrados o en estado de latencia desde otoño a primavera.
Para no hacer el ridículo, como lo hizo la amiga de mi amigo mientras no se demuestre lo contrario, yo propongo algunas formas baratas de turismo. La primera es la que se le ocurrió a Mamen mientras contemplaba las maravillosas vistas desde San Miguel Alto. Pensó que en Granada no hay ningún restaurante con esas vistas y propuso mesa y sillones plegables, una botella de vino, dos o más copas, una vela y la luna llena. También podemos llevarnos unos taperguays con salchichón y mortadela y un poco de pan. De este modo, sin necesidad de un gran dispendio, podemos disfrutar de una cena romántica e íntima, incluso privilegiada, en uno de los lugares más increíbles de Granada.
¿Y qué os parece el turismo de la amistad? Consiste en tener un millón de amigos, como Roberto Carlos, en muchas partes del mundo e ir a visitarlos. Claro que eso conlleva que ellos también nos visiten a nosotros, para que el gorroneo sea recíproco, pero te ahorras un montón de gastos en alojamiento y en guías locales.
El turismo virtual parece decepcionante a primera vista, pero con un poco de imaginación puede proporcionar grandes placeres. Mi amigo Roberto, que es de Orense, se dedica en sus ratos libres a buscar islas en el Google Earth. Cuando encuentra una se instala virtualmente en ella y la investiga hasta que la isla deja de tener secretos para él.
Y, por supuesto, el turismo doméstico, el que se hace en pijama y sin salir de casa, el más tranquilo y relajante de todos los turismos posibles. Ahora mismo lo estoy practicando con motivo del puente y francamente se me está haciendo corto.
Amigos, hay que agudizar el ingenio y evitar que nuestras vacaciones se contagien de crisis.
Un abrazo.
Antonio Romera
Mojácar. Diciembre del año 2011. Miércoles 7.
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