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martes, 13 de diciembre de 2011

Turismo animal

Hace cinco días encontré un mosquito en una pared de mi casa. Tuve que acercarme mucho para creérmelo porque en aquel momento la temperatura ambiente en el interior era de nueve grados. Lo cacé con un vaso y lo dejé sobre la mesa. Al examinarlo con calma comprobé que se trataba de un mosquito tigre, procedente de Mongolia o más allá. Para él, nueve grados centígrados sobre cero no suponen frío sino templanza. Eran las tres de la madrugada pero la criatura, lejos de mostrarse retraída y apática, intentaba atravesar el cristal a cabezazos. Han pasado cinco días y el mosquito sigue vivo y todavía puede volar sin ningún problema.


Dicen que estos dípteros llegaron de Asia en estado larvario, en el interior de neumáticos usados, donde el agua acumulada por la lluvia suele permanecer dentro durante meses. ¿Habéis intentado alguna vez sacar líquido de un neumático? Es imposible. Otro de sus medios de transporte gratis son esas estúpidas plantas exóticas que se alimentan solo de agua. La larva de un mosquito tigre no necesita mucho espacio personal para desarrollarse. Un culito de un vaso diminuto puede servirle de hogar y guardería. El transporte moderno les ayuda a sortear obstáculos que de otra manera serían insalvables para su autonomía de vuelo. Por ejemplo, las zonas desérticas. Una vez instalados en un sitio, ellos, por cuenta propia, ya adultos, se dedican a ir ampliando su campo de acción. Les basta con encontrar un poco de agua cada treinta kilómetros para seguir extendiéndose por un territorio que no les resulta ni mucho menos hostil. Son más grandes que nuestros mosquitos domésticos, viven más, resisten mejor a las bajas temperaturas, no distinguen entre la noche y el día para saciar su sed de sangre y, cuando atacan, lo hacen a plena carga, picando varias veces de una sola pasada.


Tendemos a identificar el deterioro del medio ambiente con las emisiones de CO2, con los vertidos ilegales, con el consumo excesivo e innecesario y con la especulación urbanística, sin embargo, el turismo animal, distinto a la migración, generado igualmente por la arquitectura del cerebro humano, también puede ser una manera de deteriorar el medio ambiente. Es verdad que desde hace tres mil ochocientos millones de años los primeros habitantes de la Tierra, las bacterias, y luego el resto de bichos, incluso mamíferos y aves, se han visto desplazados de sus lugares de origen por el constante movimiento de los continentes. El planeta crea la vida y el planeta la reparte a su antojo. Pero ese turismo bacteriano tardaba miles de millones de años en producirse, mientras que ahora, en unos cuatro o cinco lustros, una mierda de mosquito puede recorrer miles de kilómetros sin gastar ni un gramo de energía. Perra vida.


Un abrazo.


Antonio Romera


Sierra Elvira. Diciembre del año 2011. Lunes12.


PD. Gracias, Inés.

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